martes, 13 de marzo de 2018

LA LETRA CHICA... Y EL CONTAGIO

Parece que con los años nos hemos convertido en buenos representantes de esa letra chica, es decir, siendo hábiles para mostrar o aceptar promesas que lucen mejor de lo que son, ya que no indicamos:  "las excepciones, lo no esta incluido, lo que parece ser". Es decir, escapes para finalmente terminar no cumpliendo. En la práctica, hoy esta cultura nacional se refleja en tantos actos, acuerdos y contratos de todo tipo y, con diversas entidades públicas o privadas, que casi todos terminamos creyendo o firmando.

¿Será que somos parte de esa “letra chica”?

Mi reflexión apunta que estamos sumergidos dentro de esta cultura, a la que casi todos hemos venido contribuyendo a crear; aceptando esa suerte de engaño o falta de transparencia bastante institucionalizada, que cubre varios ámbitos de nuestra vida diaria doméstica y laboral. A mi modo de ver, uno de los orígenes de esta actitud, estaría en el consentir e incluso premiar, la aplaudida “pillería del chileno” casi como un deporte nacional.

Porque lo hacemos de diversas maneras, como por ejemplo: poniéndonos en dos filas en el supermercado, buscando el pituto para un trabajo o para que nos atiendan antes, y tantas otras formas de chispeza; que en realidad no son otra cosa que una mala costumbre de no respetarnos unos a otros. Además, pienso que muchas de esas conductas con el paso del tiempo, son potencialmente riesgosas porque terminan encubando los delitos de cuello y corbata, como los tan conocidos fraudes y abusos de los últimos años.



Y parece que preferimos "pasar piola"

Creo que esas conductas generalizadas son las que han permitido que desaparezca la coherencia, dejándonos arrastrar por un individualismo de las apariencias, por el fin justifica los medios y toda esa sutil pero persistente pérdida de valores que conlleva. Con frecuencia nos justificamos y optamos por la comodidad de abrazar la moda, no ir contra la corriente, del aceptar, como que no habría mucho que hacer. Pienso que este es el camino que ha dañado tan severamente la confianza ciudadana sobre importantes instituciones empresariales, políticas y religiosas que suponíamos debían ser un ejemplo de coherencia para todos.

¿Dónde perdimos la forma de vivir y actuar sustentada en hacer lo adecuado y correcto? Es decir, con respeto por uno mismo y por los demás, con prometer aquello con lo que estoy sinceramente comprometido a cumplir y con el dejar fuera las excusas o el empedrado. Cómo no reflexionar sobre el impacto que tiene todo esto en los diferentes roles que nos toca vivir como: hijos, alumnos, cónyuges, padres, profesores, profesionales, empleados, empresarios, etc. en muchos de los cuales, incluso ya hemos perdido la capacidad de asombro. ¿Cuánto cuidado y compromiso le adjudicamos hoy a reflexionar sobre nuestra forma de hablar y actuar? ¿Qué tanto temor tenemos de exponernos al error, al fracaso o a sostener ignorancia sobre un tema? ¿O será que preferimos pasar piola?


No habrá solución sin compromiso personal

Si bien tengo la esperanza que las nuevas generaciones tendrán el coraje y la convicción para transparentar esto aun más, esto no impide que podamos hacer algo en el intertanto e iniciar el camino hacia donde la relación y el respecto por el otro, sean no sólo conveniente y necesario, sino que además, sean el fundamento y la motivación para conseguir los objetivos sin dañar o perjudicar al otro, a la comunidad o al medio ambiente. Defendernos contra el creciente individualismo pareciera ser titánico, pero también es una cuestión personal, no podemos esperar que otros cambien para nosotros cambiar a continuación, es al revés; y así sabiamente lo dijo y demostró Gandhi hace décadas: "Si quieres cambiar el mundo, comienza cambiando tú primero".

Desde esa perspectiva, lo primero sería tomar consciencia de lo importante que es un cambio de conducta en lo personal. Pienso que se puede comenzar de a poco con pequeños cambios que ayuden a seguir avanzando. ¿Por qué no partir con un acto tan simple y fácil de hacer como es saludar? El saludo es un sencillo y poderoso acto humano que nutre la conexión, es algo que todos tenemos disponible y lo podemos realizar en cualquier momento y lugar: cada vez que subimos a un ascensor, con la cajera en el supermercado, el chofer del bus o a la recepcionista de la oficina. Ya que no hacerlo equivale a ignorarlos, a la letra chica, es como avalar que son transparentes, que no existen.

El propósito de saludar es justamente todo lo contrario. Preguntar y tratar por el nombre a quién nos atiende en un restorán o una tienda, conocer el nombre del vecino o del conserje donde vivimos, es ampliar nuestra conexión humana. Y si bien la idea es conectarse, lo que le da verdadero sentido y significación es hacerlo de forma interesada y sincera. Estoy convencido que haciendo estos pequeños cambios, nos transformaremos en portadores de un virus positivo y con él contagiamos a muchas otras personas.

Yo lo practico desde hace años, y saludar me ha hecho mucho sentido y casi siempre esa conexión funciona. La gran recompensa para mi ha sido observar el cambio de expresión, ver la sonrisa de esas personas y percibir su gratitud al darles existencia, especialmente a quienes sin conocerlos, les saludo por su nombre. Todo eso me motiva para seguir "contagiando"…


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